El show de Huracan 2001
PRIMER TIEMPO... Nueve de la noche. Más
frío. Algo tenía que pasar. Por suerte la oscuridad se adueñó
del estadio y las dos pantallas ubicadas a ambos costados del
escenario empezaron a demostrar que estaban allí por algo. Imágenes
de la demolición de parte de Fuerte Apache, de volcanes en erupción,
de bombas cayendo desde aviones, de explosiones atómicas, de
viejas guerras, y del ataque militar de la autodenomina Revolución
Libertadora a Plaza de Mayo en 1955 fueron el aperitivo perfecto
para el primer tema: Panic show. “Hola a todos, yo soy el león”,
cantó-gritó Chizzo para arrancar y, por supuesto, decenas de
bengalas se encendieron para darle una bienvenida acorde. ¿Alguien
conoce esa sensación que se vive cuando se está ante una gran
noche? Bueno, no habían pasado dos minutos del show, y la imaginación
ya era certeza. Pegadita, entró Motoralmaysangre, en la que
Chiflo se llevó los primero aplausos y Tete estrenó los toboganes
que lo conducían al lado de su hermano Tanque. ¡Cómo corre es
muchacho! Por fin saludó Chizzo con un efusivo “buenas noches”
y arrancó con Al que he sangrado, que había sido estrenada en
esa cancha hacía un año y medio. Final con ovación para uno
de los mejores temas La esquina del infinito, y Nápoli que habla
de nuevo: “Espero que esta noche hagamos una fiesta con tantas
otras”. Todos estuvieron de acuerdo. La cuarta fue Bien alto,
que sonó bien alta, y la quinta fue Cuando vendrán, cuya primera
estrofa cantó el público. Nuevas bengalas iluminaron todo y
Chiflo lo festejó con un solo que rajó la tierra. Con el videoclip
de fondo, fue el momento de En el baldío. La Renga no había
parado ni un segundo entre tema y tema, y parecía dispuesta
a seguir en ese tren. Pero había que descanar el menos un momentito
para anunciar al oficialmente: “La idea es grabar un disco en
vivo de esta fecha, y por eso vamos a tocar algunos temas viejos,
varios de las primeras épocas”. Y se despacharon con dos clásicos:
El mambo de la botella y Blues cardiaco. Unos esqueletos danzaron
al compás. “¡Que bueno que se acuerden!”, Exclamo Chizzo cuando
termino de cantarlos junto a la gente. Pero las sorpresas no
terminaron ahí: en El terco subieron a escena cinco minitas
en tetas para bailar frente a la gente, y en la siguiente (En
pie), apareció “un amigazo de todos” Ricardo Mollo. ¿Se imaginan
el sonido que le dio el cántate y guitarrista de Divididos a
La Renga? ¡Que lujo!. El primer lento de la noche fue El cielo
del desengaño. Otro cielo, el de Parque Patricio, se vaciaba
de nubes y dejaba ver las estrellas, que se repetían en el campo
y en la platea con encendedores prendidos por todos lados. En
las pantallas, unos super rayos como los de aquel noviembre
decoraron el ambiente. Fue uno de los grandes momentos del sábado.
Iba una hora de show y el termómetro marcaba menos de diez grados.
Otra para la gente: Lo frágil de la locura, y un final de primera
parte bien inédito con Un tiempo fuera de casa, cuya letra estaba
en fanzine oficial de La Renga (El precipicio. “Es un tema de
la adolescencia –anuncio Chizzo-, si alguien la conoce se le
va a pintar un lagrimon”). En la platea baja, varias chicas
bailan rocanrol. Se hacían ver.
SEGUNDO TIEMPO... No pasaron mas de diez
minutos y La Renga volvió al escenario para zarpar un jazz como
en el inicio del ultimo disco y repartir la formula pegarla
con a La vida las mismas calles. Otra vez, los videos fueron
protagonistas. Imágenes de calles suburbanas ambientaron la
canción que tal vez resume de manera mas acabada la forma de
vida de estos músicos de barrios infinitos. Juntas, llegaron
El twist del pibe, (coreada a full) y El hombre de la estrella,
que hizo saltar a todos. Paja brava se destaco por el solo de
Tanque en el medio. El idilio entre el batero y su publico es
impresionante. El “Olé olé olé olé, Tanque, Tanque” se escucho
hasta el Nuevo Gasómetro, la Bombonera y el Gallinero. Eral
el turno de otro inédito que venia en El precipicio: oportunidad
oportuna, claramente de los primeros tiempos. Casi nadie la
sabia. Pero casi todos conocían 2+2=3, que empezó con un dúo
de Chizzo en vos y Pablo el piano y fue acompañado por un clip
que mostraba a un tipo de traje caminando las calles de Buenos
Aires, viviendo lo que cuenta la historia de la canción. La
numero veinte de la velada fue Arte infernal, que sonó pesadísima,
parecida a Enter Sandman de Metallica, que habían pasado durante
la espera. Y después de El circo romano, que continuo la línea
de la anterior, llego lo mejor: una seguidilla de temazos iniciada
con Cuándo estés acá (¡espectacular!) y seguida por La balada
del diablo y la muerte (“Es la historia de una esquina”, dijo
Chizzo), El rey de la triste felicidad (muy salteada), El final
es en donde partí (bárbaros los arreglos de viento) y La nave
del olvido, con Locura como invitado en guitarra y los techos
de Pompeya en las pantallas. “Chau, nos llevamos todas las voces!,
soltó Gustavo Nápoli. La Renga se despedía por un rato y recibía
el domingo. Era medianoche. Hacía tres horas que se habían apagado
las luces. De la temperatura nadie se acordaba.
ALARGUE.... El partido estaba ganado.
La Renga ya se había sacado las ganas de dar un show magnifico.
Sin embargo, volvieron por más. La primera tanda de bises –el
primer tiempo del alargue- vino con Me hice canción. “¡ A ver
los mismos de siempre cómo cantan!”, arengo Tete desde arriba,
y todo el estadio salto rabioso. En la tribuna Ringo Bonavena,
los pibes prendían una fogata en uno s de los accesos, dándole
el clima ideal a la que sé venia enganchada: Xiloxpsibe mejicana.
Otro clásico. Y se fueron otra vez para camarines, pero dejando
El revelde como recuerdo. ¿Qué podemos comentar de ese tema?
¿Quién no lo conoce? Un par de minutos depuse, salieron otra
vez, pero para despedirse definitivamente. ¿Cómo? Con tres rocanrolazos:
Estalla; el cover de Neil Yung Hey Hey My My (¡el rocanrol no
morirá jamás!), con un Pappo inspiradísimo que se paro en la
esquina, hizo un solo de viola infinito, se llevo una ovación
y al final se despidió con un “aguante La Renga”; y el cierre
de siempre con Hablando de la libertad. Los músicos se acercaron
al borde del escenario, tiraron sus púas y palillos, saludaron
a la gente que estaba a mano y Chizzo dejo su viola encendida,
que no paraba de sonar o no quería hacerlo.
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